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El Panel de Robertokles

Tirar, tirarse, tirar de





Tirar, tirarse, tirar de


En castellano, tirar es verbo riquísimo: de incierta etimología, viene a significar, en su acepción mayoritaria, “arrojar lejos de uno” o “desechar”. Así, a la tonta, se me han ocurrido unas veintitantas acepciones y lexicalizaciones que provienen de tirar; no me interesa el catálogo completo (que puede ser enorme), sino centrarme en algunas expresiones e ir algo más allá de lo que va el diccionario.



Sin duda, todo hablante de español que haya paseado por las calles habrá escuchado frases del tipo ha tirado su vida, o incluso (si esas calles son las del barrio bajo) Fulanito es un tirado. Volvemos a los significados básicos de arrojar o desechar. Del mismo modo que, en el imaginario colectivo, la vida es un caudal que ha de atesorarse, guardarse (estas lexicalizaciones son sumamente conservadoras), aquel que tira su vida no hace, a juicio de la sociedad, un aprovechamiento suficiente de las oportunidades que el tiempo –se supone— le ha ido brindando. Tenemos aquí un retorno a la espantosa fábula de la Cigarra y la Hormiga: quien no atesora, quien no aprovecha, desecha, arroja lejos de sí las oportunidades sociales para situarse o para colocarse (el verbo, en continuo retroceso en este uso, considera a las personas como si fuesen poco menos que jarras en la alacena de la vida) en una posición social suficiente. Uno puede tirar su vida si no se casa en una buena oportunidad de hacerlo, si no se parte los cuernos por conservar un puesto de trabajo atractivo (al juicio externo), si no hace nada constructivo en la vida (véase lo peligroso, tendencioso y segmentario de tal aseveración). Quizás sea en el barrio humilde, donde la vida se entretiene en vapulear a sus ocupantes, el lugar en el que la sustantivización del participio (ser un tirado) adquiere connotaciones más dramáticas: son tirados los alcohólicos, los drogadictos, las prostitutas, en definitiva, las personas que viven en la marginalidad que se extiende más allá del lumpenproletariado (aquellos en los que Marcuse depositaba sus últimas esperanzas revolucionarias). En todas estas propuestas se edifica una imagen: los tirados, los que tiran su vida, se arrojan lejos de sía si mismos en una esquizofrenia delirante, no muy lejana a cuando uno se tira por un puente, o se tira a las vías del tren. Aquí, el objeto a lanzar es uno mismo, uno se empuja todo él para allegarse a la perdición, sea social o vital.



Pero también vemos el acto de tirar, cuando se le añade los pronombres reflexivos me, te, se, bien en sus formas proclítica o enclítica, vale por copular, dándole un valor desenfadado o aún despectivo: Se tiró a Menganita, o Me apetece tirarme a Zutana no dan una idea aproximativa la valoración del acto (como podría parecer lógico), sino que el verbo un látigo del escarnio para la pareja ocasional. La sensación de desprecio, la intención de desechar o de verter por tierra a la persona contraria es palmaria. Tal locución conlleva la expulsión del campo de la igualdad consubstancial entre seres humanos para desterrarla al mundo de los objetos o de los animales, que en el habla común son nuestros inferiores jerárquicos. Es lícito decir (no me meto en juzgar el acto: analizamos el uso del idioma) se tiró a la cabra, pero…¿puede uno tirarse (cuando habla de sí) a aquella de la que está enamorado? ¿Qué es lo que se lanza, se desecha aquí (investigo la licitud de la pregunta)? ¿Es realmente al parternaireocasional a quien se elimina de toda consideración? ¿Es justo o exacto decir –más allá de lo inconcebible de la locución— que un jeune ménage se tiran el uno al otro? ¿Por qué este desapego se contempla solo en una dirección al tiempo, y no se puede construir desde un punto de vista recíproco?



La tercera construcción que me gustaría tocar es la que se emprea con la preposición de: tirar de navaja, o de pistola, en argot quiere decir sacar un arma con intención manifiesta de usarla. Más allá de la petulante exhibición o de llegar a la advertencia criminal (que es la última forma de diplomacia), aquel que tira de cuchillo, lo haya meditado o no, ya ha tomado la decisión lesiva. Visto que ambas acciones suelen hacerse con el brazo en el máximo de su extensión, el arrojar al que llevo dando vueltas se opera en un sentido figurado. Se proyecta el brazo armado lo más lejos posible de uno, pero no se lanza el arma (como en algunas películas, en las que, tras el intercambio de disparos, uno de los rivales queda sin balas y trata de causar daño a su oponente ¡despidiendo la pistola como si fuese una piedra!). Uno tira de navaja, y aún tira un navajazo (la acción de tratar de herir con este arma firmemente agarrada), pero no la suelta, no se desprende de ella mandándola por los aires en dirección al enemigo. Y en tanto tirar el cuchillo significa, simplemente, desprenderse de él, soltarlo, rendirse, tirar de él es emplearlo hasta las últimas consecuencias (o hasta las primeras: el uso de los cuchillos, si se llevan en el vestuario, o de las pistolas no es otro que el letal).



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