La Hogue, 1692
Una gran armada, la más grande que había cruzado el canal de la Mancha, compuesta por cien navíos de la coalición anglo-holandesa y a las órdenes del almirante Edward Russell, más tarde primer Conde (Earl) de Oxford, buscó con denuedo enfrentarse a las fuerzas marítimas francesas en una acción mayúscula y definitiva. Sin embargo, el almirante francés, a la sazón Anne Hilarion de Costentin, Comte de Tourville, uno de los mejores estrategas navales con que ha contado Francia, y a buen seguro, uno de los más hábiles de todo el siglo, quien sólo contaba con setenta y dos navíos de línea, evitó hábilmente el enfrentamiento, barloventeando, navegando en bolina para escaparse siempre con genial habilidad de los intentos de celada de la armada enemiga, pero tratando al tiempo de atraerlo para que las rápidas naves de los corsarios franceses pudiesen dar golpes de mano en el caso de que la flota enemiga perdiese la formación. Corría el año 1691. Russell, frustrado por no poder imponer su neta superioridad y viendo cómo el enemigo, aun siendo inferior en número, era capaz de decidir tanto el escenario como el modo de combate y crearle insospechados aprietos, terminó por retirarse a los puertos ingleses.
Llegó el invierno, y pasó el año, regresando la armada holandesa a sus propios puertos. Durante todo ese tiempo, Louis XIV había estado meditando la idea de desembarcar en el Sur de Inglaterra con un gran ejército que diese el trono inglés al pretendiente James Francis Edward II Stuart. El temerario proyecto galo estaba alentado por los apoyos que en suelo británico decía tener el pretendiente, a todas luces exagerados. Según James Stuart, tenía incluso la promesa de defección de un buen número de capitanes de la Armada, quienes, en el momento de la batalla, desertarían para apoyar ya abiertamente a su persona. Las perspectivas de éxito parecieron tan buenas al Rey Sol que movilizó su flota atlántica, al mando del ya conocido Tourville, mandando levar anclas también a la flota del Mediterraneo, que fondeaba en Tolón, dirigida por DEstrées. El proyecto incluía la unión de ambas flotas para atacar en combate frontal a las fuerzas navales inglesas antes de que pudiesen reunirse con sus aliados. En total, el monarca francés pensaba movilizar de sesenta a setenta navíos (la suma de las dos flotas) para enfrentarse a un número similar de barcos ingleses, a los que habría que restar aquellos que eran secretamente partidarios del pretendiente.
El primer contratiempo para los franceses surgió con el retraso de la flota mediterránea, que aun no daba señales de aparecer. Bien porque DEstrées, pese a su nombre, no padecía el mal del apresuramiento, o bien porque los vientos del Golfo de Vizcaya eran contrarios al rumbo deseado, Louis XIV, impaciente, ordenó al gran Tourville adelantarse y enfrentarse a las fuerzas inglesas sin temor a la aparente superioridad con que iba a encontrarse. Así, el almirante abandonó su fondeadero de Brest, con cuarenta y cuatro naves de línea, dieciseis de ellas de tres puentes y apoyado por un cierto número de navíos de menor calado, contando en total sus fuerzas con 3.140 cañones y una suma total de 21.000 hombres. Era el 25 de Abril de 1692.
En tanto Tourville luchaba con vientos contrarios que demoraban su avance, y la flota de DEstrées seguía sin tomar contacto con sus compatriotas, el viento, que tanto impedía a los franceses, fue favorable a la flota holandesa, que consiguió unirse con sus aliados el 17 de Mayo, antes de la llegada de cualquier navío francés. Para colmo de las desgracias que se iban a conjurar contra Tourville, los ingleses desarticularon la conjura urdida por Jacobo II Estuardo, con lo que el peligro de una traición desapareció. Habiendo jurado fidelidad a William III de Orange, la gran coalición se dispuso a esperar a Tourville. Presentaban los angloholandeses la muy estimable cifra de noventa y nueve navíos de línea, siendo veintisiete de ellos de tres puentes (las máquinas navales más destructoras de la época), a los que había que sumar setenta y una fragatas y brulotes de diverso desplazamiento: en total, podían abrir fuego con 6.994 cañones y contar con 43.500 tripulantes. Es decir, que contaban con un número de efectivos humanos, navales, y de artillería ligeramente superior al doble del de sus enemigos.
Cuando se descubrió que tanto la flota holandesa había sido tan veloz para reunirse con sus aliados y que, por otro lado, la esperada traición por parte de los capitanes conjurados había sido detectada y sofocada, la Corte francesa envió recado a Tourville para suspender ese ataque suicida, virar hacia el Golfo de Vizcaya, reunirse con DEstrées, y aguardar nuevas órdenes. Mas el correo no consiguió llegar a tiempo al almirante, quien, ignorante de las oscuras circunstancias y con la orden que le conminaba a enfrentarse a toda costa al enemigo sin condicionantes que la aplazasen, proseguía su singladura buscando a sus adversarios. El drama de La Hogue se habia desplegado para Tourville y la Armada de Brest.
Las armadas rivales se avistaron en el amanecer brumoso del 19 de Mayo. La mar estaba en calma y el viento, que tantos impedimentos había puesto a los franceses, comenzó a soplar del suroeste. Una larguísima línea, que corría de nordeste a suroeste amenazaba con envolver a la Marina gala al menor movimiento de ataque. Teniendo el viento a favor, Tourville podía haber evitado con facilidad el ataque, sacando todo el partido a su inferioridad numérica, como en la pasada campaña. Sin embargo, tenía órdenes precisas de atacar a toda costa; y reuniendo a sus capitanes en cónclave, les mostró la real misiva. Como entre los franceses no había ninguna prefiguración de Horace Nelson, famoso por su desobediencia y por fiar sólo del propio criterio en batalla, ninguno osó desobedecer instrucciones tan claras, aprestándose por el contrario para el combate.
Ahora, pido un poco de paciencia con las disposiciones tácticas. La magnífica flota aliada estaba dispuesta en tres cuerpos, con las alas internas bien pegadas al cuerpo aledaño. Al nordeste, veinteseis navíos de línea formaban la vanguardia holandesa (la llamada «escuadra blanca»), al mando del almirante Van Almonde, y al suroeste, se aprestaba la retaguardia aliada, de treinta y tres navíos ingleses con distintivo azul, a las órdenes del almirante Ashby, protegiendo ambos los flancos del centro aliado, una escuadra de treinta y siete naves con pabellón rojo que dirigía el propio Edward Russell. Tourville por su parte, dividió sus fuerzas en nueve pequeñas divisiones: de nordeste a suroeste, se alineaba la división Nesmond (cinco navíos), Amfreville (seis), y Relingues (tres), que se desplazaron para enfrentarse a la vanguardia holandesa; las divisiones Villette Murçay, la comandada por el propio Tourville, y la de Langeron, de seis, seis y cuatro navíos arrostraban al centro inglés; finalmente, las divisiones de Coetlogon, Gabaret y Pannetier, que contaban con seis,cinco, y tres navíos respectivamente, maniobraron en dirección a la retaguardia británica. Todo ello, queda recogido en el gráfico que adjunto ( Véase)
A las diez de la mañana, los almirantes ingleses comprobaron con creciente asombro como su manifiesta superioridad no disuadía a los franceses. Tourville, al mando del buque insignia, la Soleil Royal, un magnífico navío de tres puentes con ciento cuatro cañones, navegaba con su división en forma de cuña contra el centro enemigo. Corría el extraordinario riesgo de que el frente aliado, mucho más largo y cuantioso, lo envolviese, atacándole por la retaguardia; mas con la excelente coreografía de su Armada, ayudada por la indecisión y conservadurismo táctico británico, no sufrió el encierro, marchando directo hacia la Britannia, centro de mando de Russell, en un saliente del centro. Los movimientos de apertura de sus divisiones en vanguardia (Nesmond, Amfreville y Relingues, nºs 1, 2 y 3 en el gráfico) se dirigieron directos contra el frente holandés. Las cinco embarcaciones de la división de Nesmond, que iba en vanguardia destacada, aprovechando el fuerte viento favorable, se abrió en línea, para impedir que el extremo del ala de la armada holandesa lo doblase; pero un súbito cambio en el viento, que había sido favorable a los franceses a partir del avistamiento, le jugó una mala pasada a Nesmond porque, impulsado por una ráfaga violenta, rebasó la línea holandesa, dejando a su paso un espacio que los holandeses trataron de aprovechar para entrar por él y, maniobrando, conseguir doblar y rodear a los franceses. Mas Nesmond, que había vuelto a recuperar barlovento orzando con dificultad, espació sus navíos para cubrir el hueco dejado y poner así en compromiso a la armada holandesa. Su almirante, Van Almonde, quien debía recordar aun la amargura la batalla de Beachy, donde los navíos de Tourville rodearon su línea recibiendo poca ayuda de sus aliados, no supo decidir a tiempo si aquel (aparentemente) descabellado plan de lanzarse contra ellos a toda vela y el que una división rebasase la línea era una trampa o una serie de despropósitos sin igual. Cuando quiso reaccionar, ya era tarde, porque las hábiles maniobras de las divisiones de Relingues y Amfreville habían conseguido eludir el cerco, y Nesmond amenazaba al suroeste con sus barcos.
Mientras, las divisiones francesas que se habían puesto en marcha para enfrentarse a la retaguardia aliada se vieron en problemas, pues la división de Pannetier (nº 9)fue incapaz de maniobrar a la suficiente velocidad, quedando descolgada pese a forzar vela al máximo. Antes de poder situarse en línea con ellas, al igual que había ocurrido en la aproximación de Nesmond, el cambio de viento desplazó sus tres naves, quedando separadas del resto de las divisiones. Este hecho desafortunado, sin embargo, se tornó en una gran suerte, y a buen seguro de ello dependió la salvación del resto de la flota de retaguardia, puesto que Ashby, viendo presa en tres navíos descolgados, maniobró codiciosamente para aplastarlos con nada menos que veinticinco de los treinta y tres navíos de que constaba su armada. Pannetier, por su parte, se percató de que aquella era su ocasión, ganó barlovento, y durante cuatro horas sirvió de cebo a la armada de Ashby, haciéndole dar un gran círculo y descomponiendo totalmente la escuadra azul sin sufrir percance alguno, con lo que se muestra que el éxito de una batalla naval no sólo depende de un valor propio de leones, sino que volviendo las popas y las espaldas, Pannetier hizo más por Francia aquel día que el resto de sus esforzados compatriotas. Al fin, los veinticinco barcos de Ashby, parado el viento, quedaron a gran distancia a la altura de las fuerzas de Nesmond, pero sin posibilidad alguna de intervenir en el conflicto.
Russell se había quedado en el centro sin la posibilidad de emplear sus alas para rodear y envolver al enemigo entre dos fuegos (véanse los gráficos dos y tres). La batalla se desarrollaba torpemente por el lado aliado, sin que pudiese aprovechar su enorme superioridad numérica. Tourville y Villette Murçay, en tanto, se enfrentaban en combate directo en el centro mientras las divisiones suroeste y noeste tejían sus complicadas maniobras, tratando de abrirse paso por entre los navíos que rodeaban la Britannia, insignia de la coalición, un soberbio buque de tres puentes armado con cien cañones. Siete de los navíos franceses (con cuatro naves de primera clase, es decir, buques de tres puentes con más de ochenta cañones Saint Philippe, de 84 piezas; Conquérant, de 86, Ambitieux, de 92, y el mismo Soleil Royal) traban un furioso combate con la docena de navíos que rodean al dicho Britannia y al Royal Sovereign, espléndido navío que capitanea Deravall, entre los que hay cinco de tres puentes: el London y el Saint Andrew, que cuentan con 96 piezas artilleras; el Devonshire, que tiene 80, y la Royal Catherine y Saint-Michael, ambos con 90. La arremetida gala es desesperada; bien sabe Tourville que no puede vencer, y sólo le mantiene el temor de la deshonra y el deseo de causar al enemigo el mayor daño posible. El empuje francés era tal que hubo momentos en los que el centro enemigo tembló, y tenemos testimonios de que Russell, que no era precisamente hombre timorato, así lo creyó. Finalmente, el mayor número de navíos terminó por imponerse, la línea se sostuvo, y los buques de Tourville pasaron de dar golpes a defenderse de los del rival, cuyo fuego se concentraba el fuego sobre el buque insignia francés, recorrido el rumor por entre los aliados de que en él viajaba el pretendiente estuardo.
El fuego británico se concentraba en el Soleil Royal, que se defendía con bravura, rechazando los intentos de abordaje de las naves rivales, dos de ellos con brulotes de asalto. Tras haber desarbolado al Royal Sovereign, el Ambitieux se sitúa en posición de ayuda de su buque capitán; mal lo pasan el Henry y el Fort, acosados por dos tres puentes aliado (los ya conocidos Royal Catherine y Saint-Michael) y tres grandes navíos de segunda clase, hasta que son socorridos por sus fuerzas. A partir de las dos y media el viento se desplaza hasta el noroeste (véase), y la bruma comienza a levantarse hacia las cuatro, sin que por ello disminuya la intensidad de los combates, que prosiguen enconadísimos hasta las siete de la tarde. A partir de la siete, el viento se desplaza hacia el noroeste, con lo que las naves de Ashby, que hasta el momento habían estado separadas por la acción de Pannetier, comienzan a moverse en dirección al frente, barloventeando para coger a la línea francesa entre dos fuegos. También la división de Coetlogon, que manda la Magnifique (nº 7 en el primer gráfico) se desplaza hacia el centro para socorrer la apuradísima situación de la Soleil Royal y el Ambitieux, que soportan el peso de la batalla. La ayuda de Coetlogon resulta providencial, y ambas naves se salvan, mas estando ya desarboladas y profundamente dañadas, habiendo soportado por ambas bordas el fuego de un enemigo muy superior.
Anochecido ya, comienzan a sentirse los efectos de la marea, por lo que Tourville, acertadamente (¡de nuevo!) da la orden de fondear para no perder la formación y no verse arrastrado por el reflujo, con la consiguiente dispersión de sus naves y ruptura de la formación, en tanto que Russell, quien no lo hace adecuadamente, es impulsado a sotavento de los franceses, perdiendo contacto con sus enemigos en el arrastre. En tanto, Nesmond y Pannetier, ya unidas sus fuerzas y noticias de la suerte de Tourville, deciden navegar a contramarea en su busca, arrastrados a golpe de boga de sus chalupas en medio de la densa bruma; tropezando con los navíos de Ashby, que se habían desperdigado y estaban ya anclados, creen los ingleses ser atacados por divisiones de refresco venidas de Francia, levan anclas precipitadamente y tratan de unirse a sus fuerzas, pasando por el hueco que deja Tourville. Al pasar perseguidos por las dos divisiones y topándose de costado con los navíos de Tourville, son fuertemente cañoneados en la travesía, recibiendo terribles andanadas por proa y popa, para llegar con graves daños donde fondeaba el grueso de la flota de Russell. Acaban así los combates del día 19, en torno a las diez de la noche, donde el pundonor francés, el valor desmedido y el correcto aprovechamiento de sus movimientos, amén de los golpes de fortuna y el error táctico de sus adversarios permiten salvar el grueso de su flota sin sufrir el aplastamiento que el número rival pronosticaba. A estas horas, tras doce de batalla, los franceses no han perdido un solo navío (eso sí, con buena parte de ellos en mal estado), y han tenido unas 2.000 bajas, frente a las cerca de 5.000 de sus enemigos.
El honor de la Armada francesa estaba a salvo, y bien podía considerarse su almirante vencedor del enfrentamiento. Ahora que sabe el estado de su flota y el estado en el que se encuentra (se duda si muchos de los barcos, entre los que el Soleil Royal no es una excepción, conseguirán llegar a puerto), cree conveniente aprovechar la anochecida para aparejar, y parte a la una madrugada del día 2O partir aprovechando los vientos favorables del Oeste, teniendo al amanecer dos millas de ventaja sobre sus enemigos. La armada aliada, en tanto, ya sabiendo la debilidad y lo dañado de la flota francesa, leva en masa y se dispone a perseguirla con el grueso de sus navíos. Rumbo a los puertos de Saint-Maló y Brest, la marcha de Tourville es penosa y lenta. Durante la noche del 20 al 21, pasa por entre la península de Contentin y las islas Guernesey, tratando de remontar los Casquets aprovechando la marea. Veintidos de los navíos franceses consiguen ganarla, poniendo ocho millas de distancia entre ellos y las fuerzas aliadas; mas los trece restantes, entre los que se encontraban los tres puentes que habían soportado lo más duro del combate y que estaban, por tanto, más dañados que el resto, no pueden seguirlos. Tratan de fondear, mas la falta de calado del lugar les hace garrear y comienzan a derivar hacia el enemigo. La flota, dándose por perdida, se disgrega entre Chesburgo (donde marchan tres navíos), y otros diez, siguiendo a Tourville, intentan ganar La Hogue. El 23 de mayo, divididas las fuerzas aliadas, Delavall llega a Chesburgo, donde tras un intenso cañoneo defensivo y el asalto por medio de brulotes, consigue incendiar el Soleil Royal, junto al Admirable y la Triomphant. Russell, en tanto, arriba en La Hogue, puerto también mal defendido como el de Chesburgo, y abate, sin dejar espacio para la maniobra o la huída, con sus cuarenta naves, a los ya maltratados Foudroyant, Ambitieux, Merveilleux, Magnifique, Saint-Philippe, Terrible, Tonant y Fier, mas otros cuatro navíos de menor cuantía: en total, las pérdidas francesas se cifraron en quince navíos, muchos de ellos de primera clase.
Si bien el enfrentamiento inicial del día 19 fue netamente favorable al bando francés, la resolución final el día 23 da la victoria final a las fuerzas aliadas, que con su tenacidad en la persecución, ayudada por los errores de pilotaje de la flota de Tourville que le impidieron alcanzar la marea en la hora adecuada, haciéndola refugiarse en puertos poco protegidos y de escaso calado, dió un duro golpe a las aspiraciones borbónicas por la supremacía naval. Y aun cuando al año siguiente, Tourville, que se había puesto a salvo, pudiese tener bajo su mando una flota renovada de noventa navíos, siempre contó a partir de entonces con una inferioridad manifiesta frente a los británicos. El posterior desgaste de las arcas reales por las guerras continentales no permitió su recuperación, estando a lo largo del siglo XVIII y XIX a la estela del poderío naval británico.
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